03 mayo, 2008

¿Para qué sirve un festival

El Festival de Cine Español de Málaga se ha convertido en un referente para las producciones recientes de nuestro cine. Pero, a la vista de la programación, ¿realmente cumple una función coherente de difusión del cine?


En el ámbito cinematográfico, el Festival de Málaga se perfila, más que como una selección de lo más interesante del panorama español, como una especie de sesión de preestrenos de películas que desembarcan en la cartelera días después. Así que su función de festival queda un poco desdibujada, sobre todo si echamos un vistazo a las películas premiadas.

La gran triunfadora fue una producción andaluza “apadrinada” por el malagueño más internacional. 3 días (premios a la Película, Actriz de reparto, Maquillaje y Guión novel) es una propuesta atractiva de entrada pero que se ve anquilosada por un trabajo de dirección efectista e histriónico, que sepulta los valores de un guión incapaz de sustraerse al típico cine de psicópatas. Cobardes (Premio de la Crítica, Mención Especial del Jurado), confirma a José Corbacho y Juan Cruz como dos directores incapaces, con una historia llena de clichés, de personajes sobados en miles de telefilmes y de recursos de guión inaceptables. Todos estamos invitados (Premio Especial del Jurado, Actor de reparto) es quizás la peor película de Manuel Gutiérrez Aragón en mucho tiempo. Afronta el terrorismo con una desgana y una ineficacia sorprendentes en un director veterano.

Al menos Fuera de carta (Mejor Actor, Premio del Público), si bien tiene todos los tics de productos televisivos como Aída o La que se avecina, consigue entretener, aunque sea a base de las mayores ordinarieces que se han escuchado en mucho tiempo. Ya que no hay otra cosa, es de agradecer cierto cine sin pretensiones de modernez, ni ínfulas de denuncia social.

Sin premio se quedaron la inverosímil Proyecto dos, un thriller que no produce tensión alguna, la supuesta comedia coral 8 citas, enésima incursión en el universo de las parejas con los mismos actores de siempre, o Un poco de chocolate que, a pesar del buen trabajo del maestro Héctor Alterio, no termina de encontrar el equilibrio entre el realismo mágico y la crónica geriátrica.



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