03 marzo, 2010

Berlinale 2010: Cinco días de febrero (II)

Crónica de la 60 edición del Festival Internacional de Cine de Berlín. Cinco días de febrero en los que las imágenes cinematográficas se convirtieron en el referente de una realidad por la que tomaron partido los protagonistas de las distintas secciones de un festival que analizamos desde la mirada geográfica y cultural.   

Segunda etapa: Europa del Norte, Europa del Sur

Eu cand vreau sa fluier, fluier, de Florin Serban (Rumanía)
El mal ajeno, de Oskar Santos (España)
Submarino, de Thomas Vinterberg (Dinamarca)
Der Räuber, de Benjamín Heisenberg (Austria, Alemania)
En ganske snill mann, de Hans Petter Moland (Noruega)
Bal, de Semih Kaplanoglu (Turquía, Alemania)

Si para el mundo anglosajón el héroe está en proceso de disolución, para la Europa del norte y del sur el héroe está en un espacio confinado, reverso de la moneda cuyo anverso es el mundo carcelario. Cuatro de las seis películas mencionadas comienzan o se desarrollan parcialmente en la cárcel. El proceso es pues de adaptación. Solo que entre el interior y el exterior, entre la cara y cruz de la moneda, no hay diferencias cualitativas. La misma desesperanza, la misma rutina, la misma vigilancia… El héroe europeo ha recorrido el círculo completo de la experiencia y se enfrenta a la repetición mas descarnada. Están “fuera”, son padres y todo gira tan absurdamente que la cárcel es una referencia reconfortante. Los funcionarios son los únicos interlocutores, capaces de acompañar al héroe, de aconsejarlo o de nombrar la ley, pero también de vigilarlo y de perseguirlo… Son héroes urbanos, resignados, melancólicos.

De los cuatro films en los que la cárcel está presente, sólo el rumano Florin Serban presenta una revuelta franca. La ausencia del padre desencadena el drama: ante el desarraigo de una madre, el hermano mayor encarcelado quiere proteger al más joven. En ningún momento se denuncia el carácter punitivo de la cárcel. Si se llega a establecer una diferencia entre interior y exterior es para que el héroe se emplee en borrarla: para resolver el problema familiar, exterior a la cárcel, nuestro hombre necesita la participación masiva del interior. Que la figura paterna, representada por la institución, le permita parar la repetición caótica familiar. Tanto en esta película como en la danesa Submarino de Thomas Vinterberg, los protagonistas intentarán reparar un orden familiar perdido. Tarea inútil que los llevará a perderse ellos mismos.

Las tres películas del norte tienen el mismo color brumoso, la misma espesa carga melancólica. Aun perteneciendo a géneros distintos, la comedia, el policíaco y el drama social, están resueltas desde la misma y peligrosa perspectiva: el cómic para adulto (véanse las escenas de amor de Der Räuber o los decorados de En ganske snill mann). Así comprendemos cómo los protagonistas frecuentan los héroes que poblaron la infancia: sus rasgos no provienen ni de la novela negra ni de las páginas de sucesos. Salen de viñetas trazadas con tiralíneas y fondos con trame. Buscan un estilo antes que una verdad, una sorpresa narrativa en lugar de una lógica dramática. Las historias que cuentan parecen estiradas y tanto pueden terminar precipitadamente en un “significativo” plano final, como sorprendernos con el “continuará” de las series de televisión.

La película española El mal ajeno, presentada en la sección Panorama, recordaba una conocida serie televisiva (y no sólo porque Eduardo Noriega sea nuestro George Clooney nacional), acercándose a ese género de televisión que es el “hospitalario”, equivalente al “carcelario” del cine. Las estructuras dramáticas son próximas, el conflicto: individuo que viene a perturbar el funcionamiento habitual del sistema, es el mismo. El film español, en ese sentido, se sitúa en la continuidad de los otros mencionados. Filosófica y estéticamente también, tonos azules y grises, como corresponde a los interiores altamente tecnificados de un hospital, soledades asumidas con el coraje de los que testimonian de un naufragio, de un fracaso, de una época... En medio de esa desolación la capacidad de curar de un médico se convierte en una cuestión mágico/religiosa. No estamos en el terreno de lo social con críticas por las insuficiencias del sistema sanitario o por los abusos de dicho sistema con el personal sanitario. Tampoco en el fantástico con sordina como en el caso de Lost. Aun tratándose de “poderes”, la cuestión la plantea el hecho de que emplear eso “poderes” tiene un precio que lo pagan los seres queridos. Esa posición del héroe/padre/profesional, escindido entre deber público, función paterna y tarea de héroe, me parece una contribución inesperada al debate general.

En el centro mismo de este debate encontramos Bal del turco Semih Kaplanoglu, Oso de oro de este año. El interés de la película es doble: primeramente, su participación al debate lo hace tomando la metáfora del “padre caído” (al pie de la letra), como un tiempo suspendido; y segundo, sus referencias cinematográficas (Ozu, Abas Kiarostami entre otros), la sitúan en una de las fronteras de este festival, entre Europa y Asia, encontrando su propio territorio imaginario confiando en sus raíces.

La película comienza con un plano general de un bosque. En el centro del cuadro una zona mejor iluminada por el sol atrae nuestra mirada. Troncos de árboles y maleza rellenan el plano. Estamos en el “interior” de un bosque como en las otras películas europeas estábamos en el interior de una cárcel, de un hospital o de un apartamento familiar en descomposición. Por la zona iluminada aparece un hombre con una mula de reata. Avanza lentamente, mirando a derecha e izquierda. Se detiene ante un árbol y lanza una cuerda que se sujeta a una rama. Trepa ayudándose de la cuerda, cuando un crujido anuncia el accidente. El hombre cae pero el tiempo se detiene. La mirada del hombre muestra la comprensión de lo que acontece y la espera de las consecuencias… Toda la película transcurre en ese instante, a su vez consecuencia de esa espera. 

En ese punto encuentro el interés de Bal. A la desesperanza crepuscular de los otros films, Bal no opone la esperanza sino la espera. A la oposición interior/exterior, Bal responde con un “todo consecuente”. El film está puntuado con esas pequeñas esperas de la vida cotidiana. Al final, el niño… aprendiendo la consecuencia de la caída, buscará refugio en lo más oscuro del bosque, allá donde las raíces profundas de otro árbol le mostrará el sentido de la espera. 


Por Antonio Figueredo
Enviado especial

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