07 febrero, 2016

Goya 2016: Aniversario de saldo

Lo de la vergüenza ajena es algo que ya tenemos asumido. Especialmente en momentos como los que se vivieron anoche, en una ceremonia de premios que, sin desmerecer en cuanto a ritmo lento y chistes malos con otras galas como los Premios Europeos o los Oscar, tiene algo de compadreo que a veces resulta gracioso y en ocasiones totalmente ridículo. 

Entre las cuestiones que se escapan a nuestra comprensión están algunas decisiones que se toman sobre el desarrollo de la ceremonia. Como bien apunta hoy Jaume Roures, fundador de Filmin, si los premios Goya celebran la calidad de nuestro cine, y además en los últimos años han conseguido ser un escaparate magnífico con audiencias excelentes (anoche casi 4 millones de espectadores y un 28,5% de share), no se entiende que parezcan más empecinados en lanzar burdos mensajes demagógicos y puyas de tono político que a utilizar esta plataforma para promocionar el cine español que veremos en los próximos meses. Este año, por cierto, repleto de nombres destacados que presentan nuevos títulos como Pedro Almodóvar, Icíar Bollaín, Alberto Rodríguez, Juan Antonio Bayona, Daniel Calparsoro o Eduard Cortés. pero, a excepción de Bayona, al resto no les vimos sobre el escenario. 


Dani Rovira parecía abducido por el espíritu de El Hormiguero y acabó incorporando a la gala números de magia protagonizados por el ya un poco cansino Jorge Blass, más propios de un espectáculo de crucero "todo incluido" que de una ceremonia de cine. Pero además nos ofreció uno de los monólogos más largos y aburridos que hemos visto en mucho tiempo, lleno de lugares comunes y con solo alguna nota brillante. Al menos podría haber tenido la valentía de, en vez de arremeter contra los de siempre, hacer alguna referencia a la corrupción en el sistema de subvenciones al cine, como hizo Silvia Abril en los Premios Feroz. Organizar una gala en la que todas las críticas son hacia el exterior, como si el resto del mundo tuviera la culpa de lo bien o mal que le va a nuestro cine (los políticos, la piratería, el IVA, Montoro....) no tiene mucho sentido. Aquí hace falta un Ricky Gervais que le saque los colores a más de uno. 

Antonio Resines, nuevo presidente de la Academia, sacó una vez más el fantasma de la piratería como gran lastre del cine español, algo que resulta bastante reiterativo y, como mucho, dudoso. El problema no parece que los espectadores se descarguen ilegalmente películas españolas, sino en que directamente no tienen interés en verlas. Una película española de éxito suele atraer a una media de 2 millones de espectadores, y títulos de repercusión mediana como la ganadora, Truman, superan escasamente el medio millón. Eso quiere decir que, de los 4 millones de espectadores que tuvo la gala, más de la mitad no había visto la mayor parte de las películas finalistas. Por otro lado, levantar la bandera antipiratería cuando tu propia ceremonia está envuelta en la polémica teniendo desde hace dos años como principal patrocinador a una empresa con varias condenas por infracción de marca y competencia desleal debido a su práctica de copiar perfumes de lujo de otras compañías, no deja de ser incoherente. 

Los premios no depararon demasiadas sorpresas, máxime en una edición que incluía entre sus nominaciones títulos de mediano o bajo recorrido por la taquilla, dejando fuera precisamente a aquellas películas que han dado a nuestro cine el mejor resultado desde hace años (Anacleto, Agente secretoRegresión u Ocho apellidos catalanes), con la escasa presencia de otros títulos taquilleros como Palmeras en la Nieve (lógico premio a la Mejor Canción y a Dirección Artística), El desconocido (merecido galardón al Montaje) o Atrapa la bandera (cantadísimo Goya a Película de Animación). 

Así las cosas, la humanidad que desprende Truman, quizás la mejor película de Cesc Gay hasta la fecha, apoyada siempre en la perfecta química entre Ricardo Darín y Javier Cámara, acabó decantando los principales premios: Película, Director, Guión, Actor protagonista y Actor de reparto. Aunque en algunos momentos parecía que Isabel Coixet iba a acabar dando la campanada con Nadie quiere la noche que, sorprendentemente, consiguió cuatro galardones: Música, Maquillaje y peluquería, Diseño de vestuario y Dirección de producción. Dicen las malas lenguas que tenía la convicción de que este año ella iba a ganar el premio de Dirección. 

Especialmente meritoria es la presencia en los Goya de Lucas Vidal, joven compositor afincado en Los Angeles que ha logrado hacerse un hueco en la industria de Hollywood, con algunas incursiones en el cine español como Invasor (2012) o El estigma del mal (2014). Doblemente nominado por la excelente banda sonora de Nadie quiere la noche y la canción principal de Palmeras en la nieve, logró dos de dos, lo que refuerza su integración total en nuestra industria y le confirma como uno de los más interesantes compositores jóvenes del momento.  

Aunque A cambio de nada no es una película especialmente destacable, los premios que consiguió son justos y dieron algunos de los momentos más emotivos de la gala. El malagueño Miguel Herrán es uno de los vértices principales de la película, y su naturalidad frente a la pantalla le hacen merecedor del premio como Actor revelación. Más discutible es el de Mejor Director Novel para Daniel Guzmán porque, aunque maneja con soltura la historia, los trabajos de Dani de la Torre en El desconocido o Juan Miguel del Castillo en Techo y comida son más meritorios. Y también nos decepcionó que Antonia Guzmán no consiguiera el Goya a Mejor Actriz revelación, por la valentía de una abuela a la hora de ponerse delante de una cámara, aunque el reconocimiento a Irene Escolar, última generación de una larga familia de tradición teatral como los Gutiérrez Caba, por su trabajo en Un otoño sin Berlín, película que solo ella eleva a categoría de gran cine.  

Como también resultó decepcionante que Inma Cuesta no consiguiera el Goya a Mejor Actriz por La novia, a pesar de ser uno de sus mejores trabajos. Pero esta adaptación  emocionante de Bodas de sangre de Federico García Lorca se tuvo que conformar con los premios a Actriz de reparto (Luisa Gavasa) y Fotografía (Miguel Ángel Amoedo), aunque aspiraba a ser una de las triunfadoras de la noche. En el lado opuesto, la modesta Techo y comida logró sorprender con el premio para Natalia de Molina, actriz jienense que ya consiguió el Goya revelación en 2014 por Vivir es fácil con los ojos cerrados, de David Trueba. 

No se sabe si lo peor de la gala fueron los chistes malos de Dani Rovira o los disfraces de Oscar Jaenada y Victoria Abril (aunque a ella se lo perdonamos todo), pero se esperaba más compromiso real de una ceremonia y de una Academia que, tras la interesante etapa marcada por la presidencia de Alex de la Iglesia, parece iniciar una época de retroceso con Antonio Resines a la cabeza. Como muestra, el más que dudoso homenaje otorgado a Mariano Ozores.  



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